ROSA SE HA CONVERTIDO EN UN ICONO DE LA FE Y CREENCIA POPULAR EN ICA
Les dicen santos populares. Son personas comunes quienes, por azares de la vida, sufren una desgracia que en lugar de dejarlos en la estadística los convierte en estampas de la creencia popular, se adueñan de la fe de la gente, que los vislumbra como “sus” santos, con los que se identifican porque son como ellos; además, son capaces de concederles milagros. Ica tiene sus santos populares y Rosita de Pachacútec es uno de ellos.
Nace una santa. Julia Rosa Muñante Milos, mejor conocida como Rosita de Pachacútec, nació un 21 de julio de 1966 y murió el 10 de enero de 1974 en el distrito iqueño de Pachacútec.
Cuentan que Julia tenía apenas ocho años cuando sufrió una terrible violación en el interior de su vivienda. Un sujeto con un cuchillo fue el victimario, quien además le causó profundas heridas en el cuerpo que ella soportó y perdió la vida días después. Ya todos la conocían como una niña muy devota.
La fe y devoción por Rosita empieza poco después. Unos vecinos llegaron hasta su casa dando a conocer que Rosita se presentaba ante ellos porque tenían a un hijo muy enfermo. Aseguraron que ella le tocó la frente al muchacho y dijo “qué pena que tengo, qué pena que me da, pero no tengan pena porque su niño se va a sanar”. Y luego, milagrosamente, se recuperó.
Casa y santuario. La casa de Rosita se ha convertido en un santuario, llena de cartas, placas recordatorias y fotos de sus cientos de fieles devotos que dejan en sus paredes el agradecimiento por un milagro concedido.
Cuando era niña, cuentan, Rosita recibió de regalo un Niño Jesús, de quien era muy devota. Su infancia fue diferente a la de otros niños; “siempre se notó su apego por Dios”, cuenta Pablo, su hermano. Ella misma hizo su cruz de Jesús cuando tenía aproximadamente seis años.
Pablo asegura que los milagros de Rosita iniciaron antes de su muerte. Habían pasado tres días sin probar alimentos en su casa; sus hermanos y su mamá, por la condición precaria en la que vivían, no tenían para hacer nada, el hambre era insoportable. Rosita llamó a sus hermanos y les dijo “ya no lloren, aquí hay comida”. Y en tres oportunidades la comida apareció.
Tras su muerte, la devoción por Rosita de Pachacútec se incrementó. Creyentes de la santa del pueblo acudían a su vivienda para pedir por un milagro, muchos de ellos llegaban de Lima y hasta del extranjero. Pablo dice que hubo quienes quisieron evitar que creciera la historia de santidad de Rosita. “Los familiares de su asesino”, asegura.
Testimonio. Esteban Santa Cruz Bonilla es devoto de Rosita y amigo de la familia. Nos cuenta que hace dos años sufrió un terrible accidente que por poco le cuesta la vida. Su rostro fue el más perjudicado y necesitaba un trasplante. Rezó mucho y se encomendó a Rosita. Hoy se puede apreciar solo la gran cicatriz que cubre su frente y llega hasta parte de su rostro. “Rosita de Pachacútec me hizo el milagro y me salvó la vida”, asegura.
Cada 10 de enero, fecha de su muerte, y por su apego y devoción al Niño Jesús, llegan decenas de bandas de negritos a zapatear en la capilla levantada por Rosita en Pachacútec, en homenaje a su santa. La fecha de su cumpleaños también es muy celebrada y devotos de diferentes partes de Ica, el Perú y el extranjero llegan para dar gracias por los milagros concedidos. Rosita está en el corazón de los iqueños.
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