LEYENDAS DE HUACACHINA
ORIGEN DEL NOMBRE:
Según la leyenda de la Huacachina, esta laguna se origino por la existencia de una princesa incaica de nombre Huacca-China (la que hace llorar) quien se caracterizaba por poseer un canto que provocaba el llanto de aquellos que la escuchaban.
Primera versión de la Leyenda de Huacachina:
Cerca de este lugar vivía una joven princesa incaica. Que era conocida por todos como Huacca China
(la que hace llorar). Era una princesa de verdes pupilas, áurea
cabellera y que cantaba de una manera extraordinaria hasta el punto que
todo aquel que escuchaba su melodía lloraba, porque ella tenía un
secreto y es que su corazón quedo enamorado de un feliz varón.
La princesa buscaba un rincón donde
llorar y al hallarse libre, cavaba ante el árbol un hueco donde hundir
el dulce nombre de su amor. Cierta vez en el hueco que había abierto en
la arena, ante el algarrobo, se llenó de agua tibia y sumergió su blanca
desnudez.
Cuando salio del baño, se envolvió en la sabana y al verse en el espejo, descubrió un espía, un cazador, que al ver su belleza, quedó prendado de sus encantos, viniéndose como un sátiro, hacia ella.
La princesa huyó seguida obstinadamente por el cazador entre las dunas y breñas en las cuales iba dejando trozos desgarrados de su manto, que por momentos dejaban ver su desnudez. La sabana quedó enredada en un zorzal y la princesa quedó desolada sin fijarse en nada. Entonces la sabana abierta se hizo arenal.
Siguió huyendo la princesa con su espejo
en alto, cuando quiso dar un salto tropezó y de su puño falto de
fuerzas, se escapó el espejo. Y ocurrió una conmoción, pues el espejo roto se volvió una laguna y la princesa se transformó en una sirena que en las noches de luna sale a cantar su antigua canción.
Segunda versión de la Leyenda de Huacachina:
En Tacaraca, centro
indígena de alguna importancia, durante el período precolombino vivía
una ñusta de verdes-pardosas pupilas, cabellera negra como el negro
azabache que forma piedra escogida de la tierra, o quizás como el negro
profundo del chivillo, el pájaro quebradino de las notas agudas,
el tordo de nuestros alfalfares de las cejas de las sierras, doncella
roja de curvas y sensuales contornos gallardos, como las vasijas del Sol
en el Coricancha de los Incas.
Allí cerca también de las alturas de
Pariña Chica, el pago de las huacas, de los enormes tinajones y las
gigantescas lampas de huarango esculpido, vivía Ajall Kriña; apuesto
mozo de mirada dura y fiera en el combate, como la porra que se yergue
en la mano del guerreo o como la bruñida flecha de tendido arco; pero de
mirada dulce y suave en la paz, en el hogar, en el pueblo, como rizada
nota de música antigua; como gorjeo de quena hogareña, percibida a lo
lejos por el fatigado guerrero que tras dilatada ausencia regresa.
La laguna de la Huacachina
Ajall Kriña, enamoróse perdídamente de las formas blandas, pulidas de la
virgen del pueblo y un día en la confusa claridad de una mañana, cuando
la ñusta llevaba en la oquedad de esculpida arcilla, el agua pura, su
alma apagada y muda hasta entonces, abrió la jaula y dejó cantar a la
alondra del corazón: Mi corazón en tu pecho cómo permitieras; aunque
penda de un abismo, muy hondo, muy hondo o estrecho de modo que tú me
quieras como tu corazón mismo.
Tercera leyenda de Huacachina de noche:
En el día, las verdes aguas pardosas se evaporan en pequeña cantidad
hacia los cielos, como si fueran llamadas por los dioses para aprender
del dolor y se cuenta que todavía en las noches, cuando las sombras y el
silencio han empujado a la luz, al ruido, sale la princesa, cubierta
con el manto de su cabellera que se plisa u ondea en su cuerpo; con ese
manto negro, muy negro, pero menos obscuro que su alma, para seguir
llorando su llanto de ausencia y de pesadumbre, algunas de cuyas gotas
todavía se descubren en la mañana, en los primeros minutos de la luz,
hasta sobre los raros juncos que a veces brotan en la orilla de oquedad;
se ven sobre las innumerables hojas rugosas del toñuz tendido en sus
ocios y se perciben sobre cada uno de los dientes de las hojas peinadas
del viejo algarrobo, que extiende sus ramas levantándose sobre la cama
de arena, para pedir a los cielos, piedad y consuelo, destinados a la
princesa de la dicha rota, del ensueño deshecho, del paraíso trunco.